Cara Norte

La Piramide de Can Ferriol – cara Norte

Digámoslo ya de entrada: empecé a construir este cobijo para centrarme en un proyecto de trabajo que me ayudara a olvidar las dificultades de convivencia que había y sentía en la comunidad de Can Ferriol en primavera/verano de 2012. Por aquellas fechas formábamos la comunidad diez personas, cinco adultos y cinco niños.

Llegué a Can Ferriol en noviembre de 2011, cuando había diecisiete personas conviviendo en la comunidad. Y en primavera de 2012 ya habían marchado siete personas. Luego, en menos de un año pasamos de ser un grupo de dieciocho personas a diez. También habría que decir que la comunidad se creó con un grupo de cinco o seis personas (los primeros habitantes) en enero de 2011, y al cabo de un año ya sumaba dieciocho personas. Por lo tanto mientras estuve en Can Ferriol fue cuando el grupo humano era más numeroso, y al mismo tiempo vi cómo iban abandonando progresivamente la comunidad casi la mitad de sus integrantes, por diversos motivos: fin de etapa personal en el proyecto y búsqueda individual de nuevos caminos fuera de la comunidad, necesidades personales no satisfechas en la comunidad, conflictos graves de pareja, desacuerdos en la creación del proyecto comunitario colectivo, falta de experiencia en proyectos autogestionados, colectivos o asamblearios, dificultades de comunicación entre los miembros de la comunidad, etc.

Lo de «olvidar…» (primer párrafo) parecería sinónimo de no enfrentar o no tratar de solucionar esas dificultades de convivencia, lo qual no creo que fuera así pues todos dimos lo mejor que teníamos de nosotros mismos (con nuestras limitaciones y virtudes) para que hubiera harmonía o simplemente buena relación entre todos, que en general la hubo. Y como dije en la presentación («autor»), vivir en Can Ferriol fue una experiencia extraordinaria en la que compartí y sentí algunos de los mejores momentos de mi vida. Sin embargo, en primavera de 2012 la comunidad estaba culminando un proceso de reagrupación debido a la marcha de algunos de sus integrantes y, consecuentemente, hubo cambios en la organización comunitaria y se consolidaron dinámicas relacionales que modificaron o afectaron el equilibrio del colectivo. No obstante, el proyecto de construir un «espacio de concentración polivalente» para la comunidad fuera de la masia era algo que ya había pensado y propuesto en alguna asamblea bastante tiempo antes de ponerme manos a la obra, pero aplazaba su ejecución porque había otros trabajos prioritarios como, por ejemplo, el huerto.

También resultaría interesante comentar la necesidad o no de construir un espacio de «concentración» cuando se vive en la naturaleza, en un lugar tan hermoso y semisalvaje como Can Ferriol, con un bosque como el que nos rodeaba o una riera como la que nos abrazaba, a escasos metros de la masia, donde había mil rincones ideales para poder meditar, relajarse o abstrarse de la vida cotidiana comunitaria.

Aun así, por poner solo un ejemplo de la utilidad de esta construcción, si el compañero de la comunidad que hizo un ayuno de diez días lo hubiera hecho mientras ocupaba La Pirámide, tal vez el resto de la comunidad habríamos sido más conscientes de que estaba realizando ese proceso tan intenso y trascendente, y hubiera sido menos difícil compartir entre todos esta experiencia personal que también implicó a los demás. Aunque, sin entrar en detalles, este ayuno (de algun modo, un ritual de renacimiento) fue un proceso que al compañero le sirvió positivamente en muchos sentidos.

En otoño de 2011 había dos furgonetas, una rulot y un tipi en el exterior de la masía donde dormían seis personas, el resto, doce personas, dormía en la casa. La distribución de los habitáculos en la comunidad fue cambiando y rotando con el tiempo a medida que quedaban vacías habitaciones de la masia de los compañeros que marchaban de la comunidad y, especialmente, cuando el propietario de la masia dijo que no quería caravanas ni rulots en el terreno de la casa. La Pirámide, como ya he dicho, nunca fue pensada para poder habitarla como una casa, sinó como un espacio temporal para hacer «retiros», etc. Y en verano de 2012, cuando empezé la construcción, ya no había ni caravanas ni roulots en los prados de Can Ferriol.

Como las dos caras de una misma moneda, los primeros seis meses en la comunidad fueron para mi fantásticos, los últimos cinco, en cambio, difíciles emocionalmente (el proceso de desconexión entre el grupo humano y de descolectivización era evidente y parecía inevitable). Se trataba pues de no «perder el norte», creando un nuevo reto para canalizar mi energía y continuar aprendiendo en un nuevo campo, la bioconstrucción. Una vez terminada la obra, finalizaría mi estancia en la comunidad y abandonaría Can Ferriol.